la Oración

Esclarecimiento de la Oración
La oración es una invocación. A través de ella nos ponemos, con el pensamiento, en relación con el ser a quien se la dirigimos. Puede tener por objeto hacer un pedido, agradecer o alabar. Podemos orar por nosotros mismos y por los demás, por los vivos y por los muertos. Las oraciones dirigidas a Dios son escuchadas por los Espíritus encargados de ejecutar su voluntad. Las que se dirigen a los Espíritus buenos son transmitidas a Dios.
El Espiritismo permite comprender la acción de la oración, porque explica el modo como se transmite el pensamiento, ya sea que el ser a quien oramos atienda nuestro llamado, o que simplemente llegue hasta él nuestro pensamiento. A fin de que comprendamos lo que sucede en esa circunstancia, debemos imaginar que todos los seres, estén encarnados o desencarnados, se hallan sumergidos en el fluido universal que ocupa el espacio, tal como nosotros nos encontramos, en este mundo, dentro de la atmósfera.
Ese fluido recibe un impulso de la voluntad. Es el vehículo del pensamiento, del mismo modo que el aire lo es del sonido, con la diferencia de que las vibraciones del aire están circunscriptas, mientras que las del fluido universal se extienden hasta lo infinito. Así pues, cuando el pensamiento se dirige hacia algún ser, tanto si se encuentra en la Tierra o en el espacio, ya sea de un encarnado hacia un desencarnado o de un desencarnado hacia un encarnado, se establece entre uno y otro una corriente fluídica que transmite el pensamiento, igual que el aire transmite el sonido.
La energía de la corriente es proporcional al poder del pensamiento y de la voluntad. De ese modo, los Espíritus oyen la oración que se les envía –sea cual fuere el lugar donde se encuentren–, se comunican entre sí, y nos transmiten sus inspiraciones. De ese modo, también, se establecen las relaciones a distancia entre los encarnados.
Esta explicación está dirigida en especial a los que no comprenden la utilidad de la oración puramente mística. No tiene como objetivo materializar la oración, sino hacer comprensibles sus efectos, mediante la demostración de que puede ejercer una acción directa y efectiva. Con todo, dicha acción no deja por ello de hallarse subordinada a la voluntad de Dios, el juez supremo de todas las cosas, y el único capaz de hacer que resulte eficaz.
A través de la oración el hombre atrae la asistencia de los Espíritus buenos, que se acercan para sostenerlo en sus buenas resoluciones y para inspirarle pensamientos de bien. El hombre adquiere así la fuerza moral necesaria para vencer las dificultades y regresar al camino recto, en caso de que se haya desviado. Del mismo modo puede también apartar de sí los males que atraería a causa de sus propias faltas.
Un hombre, por ejemplo, que comprende que su salud está deteriorada por los excesos que ha cometido, y que arrastra hasta el fin de sus días una vida de sufrimiento, ¿tendrá derecho a quejarse si no consigue la curación que se propone? No, pues habría podido encontrar en la oración la fuerza necesaria para resistir a las tentaciones.
Cualidades de la Oración.
Jesús define claramente las cualidades de la oración. Cuando oréis, dice Él, no os pongáis en evidencia, sino orad en secreto. No aparentéis orar mucho, pues no es por la abundancia de las palabras que seréis atendidos, sino por la sinceridad de ellas. Antes de orar, si tenéis algo contra alguien, perdonadlo, porque la oración no puede ser agradable a Dios si no sale de un corazón purificado de todo sentimiento contrario a la caridad. Orad, por último, con humildad, como el publicano, y no con orgullo, como el fariseo. Analizad vuestros defectos y no vuestras virtudes, Pedid y se os dará y si os comparáis con otros, buscad lo que hay de malo en Vosotros.
Eficacia de la Oración.
Hay personas que cuestionan la eficacia de la oración basados en el principio según el cual, como Dios conoce nuestras necesidades, es superfluo exponérselas. Además añaden que, como todo en el universo se eslabona mediante leyes eternas, nuestras súplicas no pueden modificar los decretos de Dios. No cabe duda de que hay leyes naturales e inmutables que Dios no puede derogar según el capricho de cada uno. De esta máxima: “Todo lo que pidáis en la oración, creed que os será concedido”, sería ilógico deducir que basta con pedir para obtener, como sería injusto acusar a la Providencia si no atendiera todas las súplicas que se le hacen, puesto que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. De ese modo procede un padre prudente que rehúsa a su hijo las cosas que son contrarias a los intereses de este último. En general, el hombre sólo ve el presente. Ahora bien, si el sufrimiento resulta útil para su felicidad futura, Dios dejará que sufra, así como el cirujano permite que un enfermo padezca los dolores de una operación que le deparará la cura. Lo que Dios le concederá al hombre, si este lo pide con confianza, es el valor, la paciencia y la resignación. Asimismo, habrá de concederle los medios para que él mismo se libere de las dificultades, con la ayuda de ideas que le sugerirá a través de los Espíritus buenos, y le dejará de esa forma el mérito de su decisión. Dios asiste a los que se ayudan a sí mismos, según esta máxima: “Ayúdate, que el Cielo te ayudará”, y no a los que todo lo esperan de un socorro ajeno, sin emplear sus propias facultades. No obstante, en casi todas las ocasiones, el hombre preferiría ser socorrido por un milagro, sin hacer nada de su parte.

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